REFLEXIONES Y RECUERDOS

¿Por qué envejecer nos da tanto miedo?

No estamos preparados para mirarnos en el espejo porque rechazamos la fiereza y la brutalidad de lo real.

Por Sección Sociedad

Engordar y envejecer son las dos cosas que más aterran y no entendemos por qué. La degradación da miedo, intentamos retrasar la decadencia porque la decadencia solo nos atrae cuando somos jóvenes e insensatos. No estamos preparados para mirarnos en el espejo porque rechazamos la fiereza y la brutalidad de lo real buscando alcanzar el sueño de la perfección, la eterna juventud. En definitiva, alcanzar la eternidad sin detenernos a disfrutar de momentos fugaces que, por otro lado, es donde vive la felicidad. Todo perfecto, todo amable, todo sin aristas, todo pulcro, todo ordenado. Todo mentira.

La belleza se resume en apreciación. El paso del tiempo es la expresión perfecta de la fugacidad y es, precisamente, ese discurrir el que aporta significado a cada etapa vital. El sentido de la vida es vivir siguiendo el sentido de la vida.

Cada etapa vital tiene sus propias ventajas e inconvenientes que poco o nada tienen que ver con la plenitud o la decadencia, sino con la evolución, con el discurrir. Envejecer conlleva falta de agilidad, falta de visión y para mí, en el peor de los casos, falta de recuerdos. El alzhéimer te roba la inversión de una vida sin robarte la vida. Tus recuerdos, tus logros, tus fracasos, tus miedos, tus deseos, tus sueños, tu pasado, tu ser.

Cada vez que se oye a alguien decir con la falsa superioridad que da la estupidez "hay que vivir el presente, no se puede vivir pensando en el pasado ni en el futuro", no puedo evitar sonreír de medio lado pensando: "El presente sin futuro, sin objetivos a medio o largo plazo, no se puede vivir; se puede sobrevivir y el pasado cuando tengas 80 años será tu presente".

Todas las enfermedades son terribles y hacer una escala de qué enfermedades son más o menos dolorosas me parece monstruoso. Pero resaltar el alzhéimer porque he tenido que ver cómo mi abuelo perdía las expresiones de su cara, expresiones que eran señales de su carácter, de sus fortalezas, de sus debilidades. Pero a la vez sonreía recordando, mezclando realidad y fantasía, contando sus primeros besos, cómo robaba sandías y que cazaba pájaros para comérselos del hambre que tenía.

Ya hace bastante tiempo que dejó de sonreír y de vivir. Todavía le sigo escribiendo cartas a mano que echo al buzón con su nombre y sin dirección, como los niños que escriben la carta a los Reyes Magos. Porque él me enseñó a no dejar nunca de soñar, de ilusionarme, de creer en mí.

Hoy estoy sentada en la orilla de Begur donde solíamos ir de vacaciones. Nunca hasta este año me había atrevido a regresar. Si cierro los ojos y me concentro puedo verle sentado en una barca, con su sombrero y su camisa remangada mientras dice: "Mira, ¿ves? Pero abre bien los ojos y las orejas, Cristina, los coges con fuerza y mucho cuidado, los partes por la mitad de un solo golpe, un chorrito de limón y pa' dentro". Hablaba de los erizos de mar pero puede que hablara de la vida.

Me gusta pensar que ese recuerdo lo tenía también él cuando recordar era lo único que le separaba de morir o vivir. Te quiero, abuelo Julio. 

*Por Cristina A. para www.gonzoo.com

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