Por Martín Rostand

Pensar, para no penar

Necesitamos honrar nuestras decisiones. Necesitamos recuperar el mérito como vara de medida y la virtud como actitud frente a la vida.

Estamos viviendo un tiempo que necesita muchas explicaciones y uno de los problemas quehacen más crítica nuestra situación, es que esas explicaciones no se consiguen fácilmente.

Cuando uno observa el fárrago de información que hoy constituye nuestra realidad, encuentra tal nivel de complejidad que se vuelven imperiosa la necesidad de entender.

La realidad nos pone frente a dilemas que requieren ser comprendidos, para poder resolverlos, pero la experiencia también nos ha demostrado que no basta con una buena explicación, porque lo que se necesita es convencernos de que el razonamiento tiene un sustento de verdad. Que es plausible y que sirve para superar el problema, porque lo que urge es la solución. Todos necesitamos dormir en paz.

Es menester que alguien nos explique qué tan grave es que tengamos a nuestra presidente y nuestro vice como centro de investigaciones judiciales que tienen serios indicios para suponer que podrían estar vinculados a la comisión de gravísimos delitos.

¿Qué tan grave es eso?, o no es tan grave y no es otra cosa más que la prueba palmaria de la mediocridad de nuestro desarrollo político. ¿Es eso uno de los problemas de la gente? ¿O la realidad pasa por otro lado?

En todo caso, también necesitamos que alguien nos explique cómo es posible que una viejita de 76 años sea salvajemente asesinada a golpes en una casa de la calle Deoclesio García de San Rafael. ¿Qué tan grave es eso? Y en todo caso, ¿Cuál es la diferencia entre estas gravedades? 

¿Ese es el destino que tendrán todos los septuagenarios que viven solos? Urge responder esta pregunta, porque si todo va bien para nosotros, indefectiblemente vamos a cumplir 76 años y por lo que se puede apreciar por estos días, para aquél entonces buena parte de nosotros vamos a pasar bastante tiempo solos a esa edad.

También esta semana, un sindicalista dijo en San Rafael que las asignaciones universales y el salario familiar están atentando contra el mercado laboral, porque muchos eligen no trabajar tanto, para poder cobrar sin complicaciones estos subsidios que el Estado entrega para paliar situaciones de desigualdad o emergencia social. A pesar de que el Estado establece algunas escalas en virtud de las cuales los que más ganan, menos ayuda reciben, como una forma de estimular el esfuerzo apelando a la dignidad, son cada vez más numerosos los que eligen ganar menos, pero más cómodamente.

Esto también necesita una explicación. Necesitamos entender por qué estas cosas ocurren. Cuáles son los caminos que nos han traído hasta aquí.

Para eso, necesitaremos pensar y esto otra vez nos pone en problemas. Porque son tantas hoy las vías de escape que la sociedad y el consumismo nos proponen, que detenerse a pensar parece ser hoy un acto romántico, ingenuo y hasta superfluo.

Henry Ford dijo que el hombre hará cualquier cosa que esté a su alcance con tal de evitar la única tarea seria que tiene en su vida: pensar. Discepolín fue mucho más cruel con nosotros, cuando nos mandó a sentarnos a un lado, que a nadie le importa si nacimos honrados.

Probablemente por allí esté uno de los hilos conductores que nos ayude a salir de este atolladero.

Necesitamos honrar nuestras decisiones. Necesitamos recuperar el mérito como vara de medida y la virtud como actitud frente a la vida.

Sin mayores pretensiones, en la medida de nuestros conocimientos y con las limitaciones de nuestras inteligencias, deberíamos darnos el tiempo de reflexionar sobre nuestra propia suerte.

Puede que uno de nuestros problemas más graves haya sido escuchar y tomar por ciertas las explicaciones que nos han dado desde mil lugares distintos, resignando la posibilidad de pensar por nosotros mismos, asumiendo que somos incapaces de cambiar nada y dejando que otros tomen nuestras decisiones.

En algún sentido, esta misma columna podría caer en esa categoría.

La buena noticia es que pensar es un proceso y como tal, susceptible de ser mejorado. Al corregir el proceso, mejoramos el resultado. Indefectiblemente.

Podríamos entender un día que no es una tontería esforzarse más y cobrar una quincena un poco más jugosa, aunque el Estado a través de la asignación familiar ponga menos pesos en nuestro bolsillo.

Dicen los que la ejercen, que nada satisface más que una vida digna.

Es posible que hayamos dejado demasiado sola a esa anciana de la calle Deoclesio García y nuestro ejemplo no haya sido tan fuerte como para que el miserable que la atacó entendiera que trabajando se duerme más tranquilo y se vive mejor.

Tan sola y ajena a nuestra vigilancia dejamos a esa viejita como a nuestros representantes cuando se encaraman en el poder y cometen groserías como las que los han llevado a estampar sus nombres en las carátulas de los expedientes que investigan sus desempeños.

Es casi imposible que cambiemos la forma de pensar de nuestros representantes, de nuestros trabajadores y de los que toman el delito como una opción, pero si cambiamos nuestra propia manera de pensar y a través de ello, nuestra manera de actuar, tal vez consigamos algo.

Pensémoslo.

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