Por Marcelo Torrez

La maldición de volver a empezar siempre

El 2015 se nos vino encima de la peor manera tras la dudosa muerte del fiscal Nisman a pocas horas de dar a conocer su espectacular denuncia contra la presidenta de la nación y algunos de sus colaboradores. El humor social se calentó mucho más de lo esperado y previsible en un verano raro surcado por una frenética actividad política dominada por la bronca, la sospecha, las dudas y mucho descrédito sobre las campañas electorales que están arrancando.

El caso del fiscal, presumiblemente asesinado, puede que sea la excusa perfecta que más de un candidato esperaba para no hablar de algunos temas centrales. Es cierto que no hay nada más prioritario hoy en la Argentina que reclamar a viva voz y con fuerza una profunda investigación sobre lo que ocurrió en el edificio Le Parc en donde se halló sin vida a Nisman y en esto la Justicia lleva el desafío mayor, porque está obligada a dar una respuesta que encima sea creíble y en medio de fuertes presiones de más que posible corte mafioso.

Pero cuando pasen los días, se sumarán otros temas más por necesidad que por vocación política y los partidos y los candidatos se verán obligados a dar respuestas y lejos del palabrerío de ocasión, quien se tome las cosas en serio tienen que elaborar planes para salir del atolladero al que se condujo el país y la provincia en los últimos años, paradójicamente luego de que se haya avanzado en muchos frentes pero en donde las nuevas dificultades, los nuevos códigos con los que se descifra el mundo actual no se tomaron en cuenta y ni siquiera fueron advertidos.

Este lunes, cuando en Radio Andina entrevistábamos a Alfredo Cornejo, lejos de los tormentos de los dirigentes que hoy se concentran en ver con y para qué pueden construir alianzas electorales para garantizar sus triunfos, las preguntas de los oyentes discurrían por el sentido común, por los asuntos de barrio, por los pedidos de honestidad y honorabilidad en la calidad de los candidatos, en aquellos asuntos que a veces, no siempre pero muchas veces, el dirigente en campaña hace como que ve, pero que lejos está de interpretar acabadamente el sentir del más ignoto hombre y mujer de a pie.

No son pocos los cientistas sociales que vienen advirtiendo de cómo ha golpeado la decrepitud en la que se cayó, lamentablemente, en muchos frentes. La economía en baja ha sumido otra vez a una porción importante de la población en la pobreza con imágenes que en el país no se veían desde los noventa.

La pobreza es una de las caras de la falta de movilidad social y de una economía que se retrajo expulsando a ciudadanos fuera del campo laboral y alejando de los buenos horizontes a quienes desde hace décadas sufren la falta de políticas activas que mejoren su situación.

Uno de esos expertos, Daniel Arroyo, ha dicho que el 27 por ciento de la población argentina se encuentra por debajo de la línea de la pobreza. Se trata de más de 10 millones de personas que padecen lo que se denomina una pobreza estructural e intergeneracional, que se refleja en tres generaciones: aquellas personas que son pobres, que sus padres fueron pobres al igual que sus abuelos.

Esas personas, según Arroyo, tienen un déficit de vivienda grave, que no poseen un piso de material y que están fuera del campo laboral formal. No tiene trabajo e su mayoría, no disfrutan de vacaciones ni reciben aguinaldo. Es la pobreza de tercera generación en el país que no logró ser rescatada por el fuerte y único impulso sobre lo social que se dio en los primeros años del kirchnerismo, quizás hasta el 2005.

Hay un 34 por ciento de trabajo informal en el país, con personas que no tienen una obra social y alrededor de 1,5 millones de jóvenes que no estudian ni trabajan. Esa es también la radiografía actual de un país que necesita renovar su dirigencia para dar paso a gobernantes dispuestos a hacer lo que hay que hacer sin que reciban el aplauso fácil mientras están al frente de una intendencia, una provincia y por supuesto del Ejecutivo nacional.

El modelo de asistencia social se ha agotado, porque ya no da respuestas. Aunque se invierten unos 75 mil millones de pesos en programas sociales y donde unos 68 mil millones, según Arroyo, van directo a manos de quienes perciben los programas.

La falta de trabajo, el narcotráfico y la inclusión de verdad conforman parte de la agenda vital que deberá darle contenido a la campaña electoral y para que la esperanza vuelva a crecer en un pueblo harto de los ciclos que, como en un juego de la oca, cuando llegan los ciclos malos se retrocede al inicio de los inicios, para volver a empezar, siempre.

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