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Electrónica y el mandato de ser feliz

La novela de Enzo Maqueira parte de una relación unilateral y semiobsesiva entre una profesora y su alumno.

Por Sección Cultura

Como una suerte de anverso posmoderno de Lolita de Vladi­mir Nabokov, Maqueira (Buenos Aires, 1977) escribió durante cinco años la que siente como su "mejor novela", un relato escrito en segunda persona, opresivo y zigzagueante que monitorea la vida (y el progresivo derrumbe) de la profesora, ese epítome mareado y confundido de la clase media argentina semiculta y universitaria. 

Los fracasos, búsquedas y nimias conquistas de esta mujer que pendula entre el pasado y el presente es el motor para contar una foto de época, algo que se vivió y que ahora es necesario revisar en perspectiva: los 90 y esa generación bisagra en lo tecnológico, consumista, ecológico, político y, por supuesto, amoroso. 

"Habla de esa Patria culo-teta que vimos en un momento y que ya no es graciosa. Quería marcar un fin de época y, al mismo tiempo, la profesora es un personaje entre medio de las dos cosas y hace lo mejor que puede con eso", dice el autor en diálogo con Télam

En 2009, Maqueira -que escribió las novelas Ruda Macho y El impostor- hizo una primera versión, pero cambió el discurso y dio vuelta la historia. "Era sobre un profesor con una alumna. La empecé a limpiar, pero no tenía nada que ver con lo que estaba viviendo. Estaba dejando un mensaje de mierda, machista, de festejar al cuarentón que se coge a una pendeja de 17". 

¿Qué momento estabas viviendo?

Me estaba dando cuenta de que era machista, no era excesivo, pero algunas amigas me marcaron cosas y di vuelta la trama: que sea una profesora más grande con un pibe. Era ir contra lo que se supone que está bien visto, algo que todavía se sigue viendo raro.

No quería aportar a la causa machista como con mi libro anterior, "Historia de putas", sino que quería escribir algo con significado literario, pero también político. Me parece que toda literatura te tiene que interpelar de algún modo, más allá del entretenimiento. 

¿A quién querías interpelar?

A todos, pero primero a mí mismo, a mi costado femenino, que lo tuve bastante presente desde chiquito. Me eduqué en colegios de varones donde si no jugabas a la pelota o no pegabas eras “el maricón”. Desde chiquito fui “el maricón” y toda la vida tuve una conciencia fuerte que no me sentía un macho argentino típico. 

Electrónica( Interzona) es no abonar a la teoría del machismo, sino aceptar mi parte femenina y, al mismo tiempo, ponerle un punto final a mi costado machista. Tenemos una mujer Presidenta, un discurso fuerte hacia la igualdad de género y quería mostrar una etapa que ya estaba cerrada. 

Es muy fuerte la nostalgia de la protagonista...

Tiene la nostalgia de la adolescencia perdida, reflexiona sobre ese momento y cómo cambió todo, pero lo que más le jode -que es signo de esta época- es esa adolescencia extendida hasta los treinta y pico. Se da cuenta que el mundo de la juventud, del que era una protagonista, ya no le pertenece. 

No hay nostalgia de los 90, ni de esa Buenos Aires, sino el extrañamiento de darse cuenta que cambiaron las reglas de juego en treinta años de vida. 

Y entre esas reglas, ¿dónde ubica la protagonista y esta generación al amor?

Antes había una idea del amor romántico, vinculado al sufrimiento en la cual caímos todos, como la profesora, esa idea de caer en el “aguantate la que te toca” o en algo inalcanzable que hay que perseguir a toda costa. 

Hay una redefinición del amor, es algo más amplio. Pasó en los 70 con el hippismo y ahora con la movida electrónica y las drogas del amor. Me interesaba dejar constancia que el amor como lo conocíamos ya no funciona. No es ni sufrir, ni desesperar, ni pasarla mal por estar con alguien. Me parece que va por otro lado. 

¿Por dónde?

Es un descubrimiento personal. En la novela hay mucha soledad, ninguno está bien con alguien. La soledad es una mierda porque tenemos en la cabeza que el amor es espectacular y solemos contraponerlos. No sé si existe ese antagonismo y tendemos a malvivir las dos. Hay una gran inmadurez en nuestro vínculo con el amor y con la soledad. 

En Occidente, el amor es como religión y cuando eso no funciona aparecen las drogas que lo simulan. La profesora se plantea eso y el mundo que se viene es el del alumno que ama, Rabec. Un mundo de mayor libertad con respecto al amor. 

La profesora pendula entre esas formas de vida, la que fue y la que es, en ese sentido ¿es una novela generacional?

En el secundario todos amábamos Estados Unidos y a McDonalds y diez años después levantamos las banderas de la reivindicación latinoamericana. Y está buenísimo, me encanta esta época. Nosotros (y la protagonista) quedamos en el medio de dos discursos políticos y sociales, incluso respecto a la igualdad de género. 

Cuando éramos chicos era muy normal que te hiciera gracia una mina en pelotas y un boludo al lado que le hiciera burla en televisión, ahora es de pésimo gusto y no es gratis. Quedamos boyando en la mitad. Si bien no lo plantee así, me permitía nombrar cosas, sucesos, eventos, músicas, autores. 

¿Qué sería lo distintivo de esta generación de treinta y pico?

Es una generación que vivió el aprendizaje y desde lo digital pudimos ver el proceso. Estuvimos en el escenario y en la platea, lo que nos da una mirada privilegiada. El precio es que quedamos boyando en el aire. 

La característica de esta generación es que no tiene el mandato de trabajar, sino de ser feliz, de ahí el hedonismo y las drogas. Somos la primera generación que se vio obligada a hacer un culto de sí mismo para buscar la autorrealización a partir de sentirse feliz. Fuimos arrojados al mundo con la premisa de ser felices y ahí viene el problema.

Fuente: Télam

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